La estructura se construyó utilizando materiales y habilidades de trabajadores locales, tomando la forma de un cubo sólido y pesado en el exterior, interrumpido por aberturas cuidadosamente ubicadas, diseñadas para resaltar la luz natural y las vistas del entorno. La textura en las paredes refleja características inherentes a la arquitectura mexicana, con patrones inspirados en la arquitectura popular de la zona. Para entrar, es necesario pasar por un estrecho pasillo creado por las raíces y el tronco del árbol, generando una ligera compresión que se libera dentro de la villa. En la entrada, te recibe un pequeño salón de doble altura que sirve como vestíbulo. El piso inferior se complementa con una cocina de albañilería cubierta con azulejos elaborados por artesanos de Guadalajara, evocando las cocinas tradicionales mexicanas. Frente al salón, es visible la escalera que conduce al piso superior, donde un rayo de luz penetra en el techo, creando una atmósfera suave. En el otro extremo del tapanco, una ventana se abre para ofrecer una vista directa de la vegetación y el extenso jardín que rodea la villa. Desde el piso superior, se puede ver el salón, conectando ambos niveles y brindando amplitud al espacio. El interior se caracteriza por su simplicidad y calidez, con una paleta de materiales limitada que prioriza la gestión de la luz y las vistas.